TAUMATURGIA. LOS MILAGROS EN EL MUNDO ANTIGUO, PAGANO, JUDÍO Y CRISTIANO

Antonio PIÑERO, Taumaturgia en el Mundo Antiguo Pagano, Judío y Cristiano. Tritemio, Madrid, 2017, 256 pp. ISBN: 978-84-16651-01-6.

AUTORES

Antonio Piñero Sáenz, Universidad Complutense de Madrid
Domingo Sola Antequera, Universidad de La Laguna de La Laguna
Javier Alonso López, IE University
Eugenio Gómez Segura, Universidad Popular de Logroño

ÍNDICE

Javier Alonso López: “Los milagros en el mundo judío”
Eugenio Gómez Segura: “Milagros entre paganos. El mundo grecorromano y los milagros”
Antonio Piñero: “Los milagros de Jesús”
Domingo Sola Antequera: “Jesús el mago. Curaciones milagrosas, magia y exorcismos. La imagen salvífica de Jesús  en el arte del cristianismo primitivo”


SINOPSIS

¿Qué es un milagro? ¿Cómo sucede el milagro, o sea, lo que es digno de ser mirado?

En esta obra se presenta el contexto histórico y religioso que permitió que distintas culturas y credos aceptasen al taumaturgo y su capacidad para llevar a cabo lo imposible: curaciones, aparición de fuerzas y entidades extrañas o maravillosas, dominio de los fenómenos naturales…

Este texto repasa esta fenomenología, así como sus distintos marcos socioculturales, tanto en el mundo pagano, como en el judaísmo y, especialmente, en el cristianismo, dado que Jesús y su condición de hacedor de milagros fue una base fundamental en la predicación doctrinal de la Iglesia Primitiva. Los milagros encuentran en los Evangelios un claro protagonismo y, aún hoy, son parte sustancial del credo cristiano.

El lector tiene ante sí un trabajo lúcido, revelador y extensamente documentado sobre uno de los aspectos más sorprendentes e interesantes para el estudio de cualquier religión.

INTRODUCCIÓN

Tantas cosas han cambiado desde hace cincuenta años que no ha de extrañar que muchísimas otras lo hayan hecho desde hace dos milenios.

Y estando todos fundamentalmente de acuerdo con dicho principio, los autores de esta obra nos servimos de él para proponer a los lectores que reflexionen sobre cierto aspecto de las noticias que hemos recibido sobre Jesús de Nazaret: su capacidad para realizar milagros. Las líneas maestras de nuestra oferta son evidentes: queremos rodear los textos evangélicos con el contexto oportuno para que muestren su verdadero valor, y para llevar a cabo tal propósito contamos con varias culturas que acompañaron la aparición y formación del cristianismo en esos dos o tres primeros siglos de la era común.

Los aquí reunidos somos de la opinión de que quienes escucharon las noticias sobre Jesús y sus hechos admirables debían saber algo de milagros. De hecho, en una medida nada desdeñable parte de la población que fue ganada para la causa cristiana basó su creencia en Jesús de Nazaret en la capacidad de admirarlo por los hechos que los biógrafos y predicadores atribuyeron a nuestro personaje central.

Ahora bien: nos parece de gran importancia saber qué era un milagro entonces y qué es ahora, dado que las condiciones, según decíamos al principio, han cambiado en muchas materias. Es decir: ¿entendían los antiguos lo mismo que nosotros en cuanto a los milagros?

Por empezar a desgranar algunos aspectos a modo de anticipo tanto de esta introducción como de los capítulos siguientes a ella, nos parece de lo más oportuno saber qué diferencia hay entre un milagro y un hecho mágico; o conocer la frecuencia que se reconocía a los primeros, el ideal de persona de la que se aceptaba haber realizado un milagro; los tipos de milagros y cuáles de ellos eran más impactantes; si había milagros exclusivos u otros flotaban en el ambiente como hecho normal de los personajes más relevantes desde el punto de vista religioso (o social, o político), etc.

De modo que dedicaremos unas páginas a revisar estas cuestiones de la manera más amena y didáctica posible al alcance de nuestras plumas.

1. ¿Milagro? ¿Qué milagro?

La mayoría de los autores de este libro somos estudiosos de las palabras, por lo que esperamos que el paciente lector nos permita, dedicándonos a nuestra afición, comenzar por analizar la palabra milagro.

En sí misma esta voz ya es admirable, pues esconde fenómenos sonoros serpenteantes que nos han alejado un poco de su origen. Éste está en el verbo latino mirari, que significaba sorprenderse. Derivan de él nuestros vocablos “mirar”, “admirar”, “mirada”, etc. Parece que subyace en toda la familia de palabras la idea de quedarse mirando con los ojos abiertos de par en par dada la sorpresa causada por lo visto, sea para bien o para mal. Pensemos en la expresión “con los ojos como platos” o en esa escena de muchas películas que recrean el siglo XIX en la que un hombre levanta su ceja sorprendido por algo y deja caer el monóculo que llevaba en el ojo. La idea es, pues, el asombro. Y como el asombro obliga a mantener la vista fijada en lo ocurrido, hemos recibido como regalo el verbo mirar como casi idéntico a ver.

Con todo, el origen no es el final, de manera que debemos aclarar cómo hemos llegado a disfrutar de ”milagro”. Partiendo de la raíz *mir- y añadiendo una terminación de palabra típica en latín para formar sustantivos, se creó la voz miraculum, que significa hecho que despierta admiración, admirable. A partir de aquí, todo es cuestión de sonidos perdidos o transformados. Las palabras latinas de cuatro o más sílabas solían extraviar en su paso al castellano la vocal que iba antes o después de la acentuada, de ahí que en nuestro caso la evolución fuera miráculum > miráclum, (lo mismo el inglés miracle). Además, nuestro castellano antiguo solía intercambiar los sonidos /r/ y /l/ (por ejemplo árbol, arborícola), y esto llevó a pronunciar milacro, de donde milagro.

Aunque el caso es que el lenguaje científico del que nos serviremos en esta obra no se ha decantado por el latín para estudiar a quienes se dedican a realizar milagros, sino que ha preferido el griego, de manera que vamos a extender nuestra digresión etimológica a este idioma. En la lengua de Homero, que fue la primera en que se escribieron los evangelios, la palabra oportuna para milagro es thauma, que deriva de una raíz *thau-. Curiosamente, esta raíz significa, como en latín *mir-, contemplar con admiración, y ofrece como derivado el verbo theao, mirar (y, por supuesto, nos ha dejado alguna que otra voz en español: teatro, que es el lugar donde se ven las representaciones, los hechos). Y volviendo al tema que nos ocupa, la persona que realiza milagros es un thaumatourgós, “taumaturgo”. De aquí “taumaturgia”, la capacidad de hacer milagros.

2. Realizar los imposible

Sigamos ahora con una nota lingüística más, en este caso sobre el español. En nuestro idioma podemos referirnos de dos maneras fundamentales al hecho de que haya un milagro: hacer o realizar milagros, y producirse un milagro. Las dos primeras son variantes del hecho de que alguien materialice o haga real lo que es imposible y por ende admirable en cuanto a su realidad. La última refleja la idea de que el milagro es aún más milagroso, si se nos permite la expresión, pues no ha habido acción personal patente.

En todo caso, lo realizado ha de ser un imposible, ha de constituir una obra admirable por su intrínseca dificultad para ocurrir. En griego el término utilizado era adýnaton, contrario a la dýnamis, esa fuerza que todo ser o fenómeno contiene en sí mismo para acaecer. Es decir, un milagro atenta contra las fuerzas de la naturaleza y la vida y las tergiversa hasta alcanzar lo que no era dado alcanzar.

Como breve catálogo de lo imposible puede servirnos un pasaje de la obra del cordobés Lucano, que en su Farsalia nos indicó algunos fenómenos que para su mentalidad del s I eran adýnata (el plural de adýnaton):
            Cesaron las alternancias de las cosas: en diferida y larga 
            noche quedó fija la jornada. El éter no obedeció su ley (VI 461-2)
            No han de extrañar estos milagros, pues ya en el Antiguo Testamento se nos habla de algo parecido, en concreto cuando Yavé detuvo el cielo en Gabaón para que los israelitas vencieran a sus enemigos (Jos. 10, 12-13):
            Aquel día, el día en que Yavé entregó a los amorreos en las manos de los hijos de Israel, habló Josué a Yavé, y a la vista de Israel, dijo:
            “Sol, detente sobre Gabaón; y tú, luna, sobre el valle de Ayalón”. Y el sol se detuvo, y se paró la luna...

En ambos casos el curso natural de los acontecimientos ha sido modificado, eso fue lo milagroso, aunque hay ciertas divergencias entre ambos relatos. De hecho, nos hemos reservado la continuación del texto de Lucano con la intención de ilustrar mejor el valor de los milagros y abrir nuevas vías de interpretación a este fenómeno religioso. Veamos cómo.

El lector ha podido observar cómo en el primer texto parecía que todo quedaba en manos de la nada, mientras en el segundo ejemplo Yavé era quien, detrás de todo, lograba detener la naturaleza. Llega ahora el momento de leer los versos que continúan la obra del cordobés:
            Júpiter se admira (miratur) de que los polos, aun apremiándolos él, no avancen impulsados en sus rápidos ejes ((VI, 464-5)

La novedad es que Júpiter, a diferencia de Yavé, no es al causante, siquiera último, del imposible. ¿Cómo puede ser esto?
           
2. Magia-milagro

Suponemos cierta sorpresa en el lector cuando ha comprobado que en ocasiones los dioses desconocen qué ocurre, en concreto Júpiter. La razón se esconde en el propio texto de Lucano unos versos antes de los pasajes citados: el hijo de Pompeyo el Grande decidió consultar a Ericto, una hechicera de Tesalia, para saber el resultado de la inminente batalla de Farsalia entre su padre y Julio César durante la guerra civil desatada entre ambos. La caracterización que de Ericto escribió Lucano incluye, entre otras cosas, lo siguientes detalles:

            Lleva hasta la divinidad palabras que la obligan contra su intención (VI 446)
            Con su canto tesalio hace fluir hacia los duros corazones un amor no obligado por los hados (VI 452-3)
            ¿Qué trabajo para los dioses es este de obedecer cantos y hierbas, qué terror despreciarlos? (VI 492-3)
            Ni reza a los dioses, ni convoca con suplicante canto a un dios a que la ayude (VI 523-4)
            Magnífico poder de quien no se ayuda de los dioses; superior incluso al de éstos en casi todo, pues también
            se le concede a mi arte, cuando ya los astros han apremiado con sus rayos una muerte, interponer retraso (VI 607-9)
pero no puede cargar contra el destino de muchos a la vez, pues entonces puede más la Fortuna (plus Fortuna potest, VI 615).

En efecto, la magia y lo milagroso convergen en un aspecto, el de lograr lo imposible. Sin embargo, todos somos conscientes de que no son lo mismo. Observemos entonces lo que Lucano nos ofrecía sobre Ericto: esencialmente la oposición a la voluntad de los dioses (no les reza, no se supedita a ellos) y, muy especialmente, la técnica, una técnica concreta, el canto, los hechizos, los conjuros en general.

Por contra, Josué habló con su dios, un Josué del que no nos cuenta la Biblia que dispusiera de técnica alguna, que tampoco realizaba milagros o imposibles con frecuencia.

La diferencia entre magia y milagro puede definirse así: la magia es una técnica al servicio de unos propósitos poco o nada divinos, unos intereses alejados de los designios supremos y con posibilidad de aplicarse no sólo indiscriminadamente, también para hacer el mal y repetidamente; los milagros, en cambio, no pueden ser asociados a técnica alguna, han de materializarse como si fueran algo natural, y de hecho eso mismo es lo que ocurre, que quien realiza el milagro actúa con una dýnamis particular que consigue adýnata.

3. El taumaturgo: su clase y su prestigio.

Ahora bien, nuestra investigación ha de saber quién puede llevar a cabo un milagro, quién es un taumaturgo. Ya sabemos que los magos no son taumaturgos, pero parece que hay algo más, la singularidad, tanto del hecho admirable como de las circunstancias y el actor. Si un cualquiera realiza el milagro, ¿es milagro? Si un cualquiera realiza un milagro, ¿deja de ser un cualquiera? ¿Por qué? Porque un cualquiera no realiza un milagro. El milagro es señal de cualidad, de ser uno distinguible por el “toque” divino, la “gracia”, el “duende” que acerca lo supremo a lo humano. Un milagro, entre otras cosas, es una muestra de que la comunicación entre hombres y dioses existe para bien, para permitir superar nuestros límites gracias a las potencias divinas. El taumaturgo puede porque los dioses pueden, y su cualidad no es la de poder, sino la de transmitir o poner de manifiesto el poder. Es un personaje cercano a los dioses, un intermediario entre la divinidad y la humanidad.

En latín la diferencia venía expresada mediante dos palabras: divinus, digno de los dioses, relacionado con los dioses, excepcional; divus, divino, con la cualidad de las divinidades. Perdida esta distinción en nuestro idioma, hemos de contentarnos con acotarla de algún modo, en este caso como sigue: el taumaturgo, conectado con la divinidad, capacitado gracias a esa conexión, media de manera sobrenatural entre los dioses y la realidad humana para superarla y acercarla a ellos. Es un hombre divino, no un dios. En griego también distinguieron los matices y crearon la locución theios aner con el mismo significado que divinus en latín. En su momento, hablaremos en nuestra obra de algún que otro theios aner, homo divinus, taumaturgo.

Y, como decíamos un poco antes, este taumaturgo ha de ser raro, pues de otra manera no habría especificidad en ser uno de ellos, lo cual quiere decir que habrá quien intente pertenecer al grupo y quien sí sea una de esas personas elegidas. Determinar este aspecto resulta importantísimo y en esto tiene mucho que ver la fama, pues lo que se dice de alguien es en muchas ocasiones más importante que lo que realmente sea ese alguien. De la misma manera, lo dicho, la fama, creará o afianzará un aspecto más de lo milagroso, la confianza en que lo dicho ha ocurrido. Asimismo, en cuestiones religiosas la confianza es determinante, pues sin ella no hay profesión de fe, como se suele decir. Volviendo a las palabras, fe proviene del latín fides, de cuya raíz, *fid-, derivan fiar, confianza, fidelidad, fidedigno, todas relacionadas con la idea de ser persuadido de palabra, no por los hechos, que convencen. Y ahí tenemos más detalles importantes de los milagros: las personas que se admiraron con el milagro no necesitaron creer, ya que supieron; en cambio, quienes escucharon el milagro hubieron de confiar en que así había sido. La fama, como vemos, es relevante después del milagro. ¿O puede ser relevante también antes y durante el mismo?
           
4. Otros milagros.

Por último, queremos abrir un nuevo frente referido a la taumaturgia: qué más hechos nos resultan tan admirables que acaban siendo concebidos y creídos como milagros. En este aspecto las cosas sí han cambiado mucho desde aquellos siglos pasados. Por ejemplo, ya no consideramos un milagro nacer (al menos en Occidente) ni muchísimas curaciones que han borrado incluso los límites que la magia había trazado alrededor de ellas; los viajes han superado también toda expectativa, y la aparición de difuntos en nuestra vida, incluso con voz y movimiento, ha quedado reducida a una mera capacidad técnica al alcance de cualquier cine, pc o televisión; y también tenemos ahora la capacidad de ver y oír a nuestros semejantes a distancia, cosa que deja atrás ciertos aspectos que antiguamente suplía la fama, el contar.

Pero no hay forma de dominar eso de la muerte, aunque haya personas que han logrado salir de estados que hace años hubieran sido irreversibles (personas que, en definitiva, se han encontrado con una simple demora de lo inevitable). Y seguimos sin saber por qué alguien puede sobrevivir a un rayo, ni a determinados accidentes o fenómenos naturales mayores. Eso sí, ya no nos parece divino un maremoto, ni un eclipse, ni seguimos los vuelos de los pájaros o escrutamos las entrañas de animales muertos, etc.; aunque los sueños siguen dando información sobre nosotros mismos.

En resumen, muchas cosas han cambiado, pero no todas lo han hecho ni las que han cambiado han seguido la misma evolución. Por tanto, veamos ahora qué podemos aprender del pasado respecto de un hombre como Jesús de Nazaret, conocido, entre otras cosas, por sus milagros.

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Ficha del libro

Título: Taumaturgia en el Mundo Antiguo Pagano, Judío y Cristiano
Editorial: Editorial Tritemio
Autor: Antonio Piñero
ISBN: 978-84-16651-01-6
Formato: 30 x 21 cm | Nº de páginas: 256 páginas

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