FUENTES DEL CRISTIANISMO

Tradiciones primitivas sobre Jesús

Tras el éxito obtenido con Orígenes del cristianismo, este libro trata de los evangelios canónicos, apócrifos y gnósticos y concluye con una visión de conjunto, hasta ahora nunca realizada, de los "modernos evangelios apócrifos".

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CONTENIDO

Los inicios. Las formas anteriores a los Evangelios.

Evangelio y Evangelios. Observaciones sobre el término y el género literario. Primeras tradiciones evangélicas.

La llamada Fuente Q de los Evangelio sinópticos. Teoría de las dos fuentes. Modernas precisiones. Origen, composición y redacción de la Fuente Q. Su función en el cristianismo primitivo.

El problema de la existencia de tres evangelios sinópticos. ¿Quién copió de quién?

El Evangelio de Mateo. Origen, forma y función.

El Evangelio de Marcos. Forma y función.

El evangelista Lucas. Retrato y proyecto. Forma y función de la doble obra lucana.

El Evangelio de Juan. Origen, forma y función.

El “evangelio” paulino y los restantes evangelios del Nuevo Testamento.

Los Evangelios apócrifos.

Los Evangelios gnósticos.

Del Jesús de la historia al Jesús de la ciencia ficción.

Conclusión.

DEL CAPÍTULO SEGUNDO EVANGELIO Y PRIMERAS TRADICIONES EVANGÉLICAS

1. El vocablo "evangelio"

Lo que para nosotros es hoy tan normal, designar a los cuatro escritos canónicos, y a otros muchos apócrifos, con el término globalizante de "evangelio", no es de por sí evidente y tiene un origen obscuro. En el Nuevo Testamento no se halla el concepto de "evangelio" como libro que contiene la vida y dichos de Jesús. Sólo en el siglo II parecerá claramente esta designación de "evangelio" para aludir a un escrito que presenta las palabras y hechos de Jesús Lo que sí pertenece a la tradición del Antiguo Testamento es el empleo general del verbo "evangelizar" (basar en la Biblia hebrea y euaggelízesthai en la versión de los LXX, con algunos pasajes cuyo sentido es parecido al del NT). También hallamos en unos pocos casos el substantivo besorah (euaggélion y euaggélia en la biblia griega ) con la acepción amplia de "dar una noticia", generalmente buena, pero sin excluir la mala. En el Deuteroisaías (40,9 y 52,7) aparece el verbo, en la versión griega, con el significado de mensaje gozoso del comienzo del reinado de Dios, la salvación de Yahvé para Sión. Del mismo modo lo encontramos en el Tritoisaías (61,1) -en un texto que tuvo amplio eco en el NT- como descripción de la misión del profeta que "proclama buenas noticias a los pobres". Se ha supuesto que el uso isaíaco, y el transfondo veterotesta­mentario en general, ha ejercido gran influencia en la utilización cristiana primitiva de "evangelio" y "evan­gelizar". Sin duda es cierto que el transfondo es muy semejante, pero como su empleo en los evangelios aparece en pasajes redaccionales, secundarios, y por tanto de una fecha más bien tardía, es imposible asegurar que en el cristianismo más primitivo el uso de 'evangelio" haya sido directamente influido en concreto por esos pasajes proféticos del AT.
Respecto al ámbito helenístico de lengua griega ha sido señalado repetidamente por los estudiosos que el vocablo "evangelio" (en plural) aparece con un significado asombrosamente similar al neotestamentario en algunos textos que se refieren al culto del soberano como salvador, como en la muy famosa inscripción de Priene (9 a. C.). En esta inscripción aparece Augusto como salvador, dotado de poder divino; trae la paz; es una manifestación de la divinidad, y su nacimiento fue el comienzo de las "buenas noticias". Para algunos eruditos, desde A. von Harnack, estas concomitancias son la prueba segura de que los cristianos tomaron del culto imperial el vocablo "evangelio" para designar con él la buena nueva del mensaje de Jesús. Este uso se habría originado en la comunidad cristiana helenística, de lengua griega, y de ahí se habría extendido al resto de los grupos. Pero debemos ser cautos en esta afirmación, pues el uso absoluto del vocablo en singular tampoco está testimoniado en griego helenístico, y porque el "evangelio" helenístico carecía en absoluto del notable componente apocalíptico y escatológico que caracteriza al "evangelio" cristiano. Nos encontramos probablemente con un caso en el que tanto la religiosidad que procede del AT como la helenística mediterránea coinciden espontáneamente, en una época de general angustia, en ansiar por doquier un verdadero salvador, y en utilizar para su mensaje de salvación el mismo vocablo que significa "buena nueva". Aun los mismos defensores de la procedencia semítica del concepto y vocablo evangelio desde el punto de vista de la historia de la tradición aceptan que los testimonios del uso de este término en el culto al soberano como salvador habían preparado el terreno para la utilización cristiana. Es incluso posible que tal empleo cristiano supusiera una competencia y una confrontación indirecta con el culto al soberano, en el sentido de afirmar que sólo el "evangelio" que trae Jesús es el verdadero. Podemos, pues, subscribir el cauto juicio de G. Strecker: "No puede presentarse una clara genealogía vetero­testa­mentaria o de la grecidad helenística del vocablo "evangelio"; la proclamación neotestamentaria del evangelio pudo contener en sí tanto elementos tradicionales del AT como del Helenismo. Pero a este respecto, es evidente la ligazón del substantivo evangelio a la tradición helenística. De este modo precisamente se articula de una manera comprensible para su entorno lo nuevo que la predicación cristiana pretende proclamar".
O. Betz ha señalado que no sería inverosímil que el mismo Jesús hubiese denominado en arameo besorta' (gr. euaggelion) su anuncio del Reino de Dios. Restos de esta denominación podrían encontrarse en la expresión mateana "evangelio del Reino" (4,23; 9,35) o en Mc 1,15. Si esto fuera así, la comunidad primitiva no habría hecho más que seguir un uso instaurado por el mismo Jesús, quien se habría considerado a sí mismo un mebasser (profeta, anunciador [del Reino]) al estilo del Tritoisaías (cf. Lc 4,16ss; 7,22). Pero los pasajes de Mt y Mc a los que hemos aludido hace un momento también son redaccionales, con lo que no tenemos garantía ninguna de que el vocablo evangelio (en arameo) proceda de Jesús.
Lo que ya parece bien fundado es que la comunidad palesti­nen­se, en sentido general, sí lo utilizó, como se deduce de su empleo en Mt 11,2-6 = Lc 7,18-23 (fuente Q) para designar la proclamción de la venida de Dios en juicio y de la inmediata llegada del Día final que serviría de juicio condenatorio o de salvación. Si el texto de 1 Cor 15,1.3-5 es una cita, como mantienen la mayoría de los comentaristas, tendríamos en él la indicación segura de que fue la comunidad helenística, de la que es deudora Pablo, la que comenzó a utilizar el vocablo "evangelio" para designar el "mensaje". En una atmósfera lingüística griega, en la que coincidían tanto influencias de los LXX como la del vocabulario del culto al soberano helenístico en general, como sugerimos antes, el término "evangelio" debió parecer muy apropiado, para designar el nuevo y verdadero mensaje de salvación universal. Probablemente, los misioneros cristianos helenísticos, portadores de una tradición prepaulina, e incitados por el uso lingüístico en el que se desenvolvían, emplearon el substantivo 'evangelio', en singular, en analogía con el verbo 'evangelizar', relativamente común en los estratos proféticos tardíos del AT, bien conocidos, "para describir la formulación básica del acontecimiento de Cristo (muerte y resurrección, cf. 1 Cor 15,3ss), la suma de la predicación misionera cristiana (cf. 1 Tes 1,5-2,9), la fe en el cumplimiento de las promesas del AT y en la exaltación de Jesús (cf. Rom 1,1-4), o el resumen de la predicación de Jesús mismo (Mc 1,15; 8,35; 10,29; 13,10)". De este modo, ese grupo cristiano creó un nuevo y preciso contenido semántico para un vocablo ya viejo, que en la civilización influida por el cristianismo dura hasta hoy día.

2. El paso de la tradición oral a la escrita

Al principio, en los primeros momentos tras el evento de Pascua, la transmisión de los dichos y hechos de Jesús fue, sin duda, puramente oral. La creencia en la inmediata venida de Jesús como juez (parusía) para completar la misión que su fracaso en la cruz había dejado sin concluir no podía permitir otra cosa. No hay argumentos serios para postular que la tradición oral estuviera realmente controlada por nada ni por nadie, sólo por el recuerdo de quienes habían sido testigos de la vida y predi­cación de Jesús. Sí tenemos seguridad de que en muchos casos esta tradición oral fue fiel, ya que se recogieron creencias sobre Jesús que no eran concordantes con la cristología posterior, con la elevada idea que sobre él tenía la comunidad postpascual: así, por ejemplo, la ignorancia de Jesús sobre la hora del fin del mundo (Mc 13,32) la violencia en ciertas expresiones de Jesús (Mc 1,41), su estricto nacionalismo (Mc 7,27), etc.
Se ha señalado múltiples veces que la comunidad primitiva iba proporcionando en su vida diversos ejes cardinales y catalizadores que posibilitaban la lenta cristalización por escrito de las palabras de Jesús: la predicación, la catequesis, los actos litúrgicos, las controversias, la misión a los paganos... Se ha observado que del marco geográfico de determinadas perícopas ofrecido por los evangelios mismos puede deducirse qué localidades determinadas se hallan en el origen de algunas tradiciones. Así por ejemplo, de Mc 1,16-4,34 puede deducirse que la actividad de Jesús extendida por toda Galilea fue recogida de especial modo en Genesaret y Cafarnaún, donde se le dio cuerpo por escrito. Las tradiciones sobre la Pasión debieron formarse en Jerusalén, primero oralmente, luego por escrito; en esa misma localidad, la gran tensión de la espera escatológica debió de funcionar como catalizador para reunir dichos proféticos y apocalípticos de Jesús; en las reuniones de las iglesias domésticas donde se fraccionaba el pan pudo formarse una haggadah cristiana parecida a la haggadah judía de la Pascua, comenzando así a transmitirse relatos sobre la última cena. En ambientes gnosticisantes o en los que se tenía un mayor aprecio por temas sapienciales se recogerían los dichos de Jesús de este tenor en los que el Maestro ya muerto aparecía sublimado como una encarnación de la Sabiduría. La misión de los paganos requirió muy tempranamente que se fueran congregando las historias de milagros que se contaban de Jesús para emplearlas en la apologética. Para los momentos de la vida diaria de la comunidad, para su ins­truc­ción, consuelo o edificación, en las necesidades que requerían alguna palabra de Jesús para fundamentar alguna práctica o prohibir otras, diversos grupos hacían que se congregaran en bloques las tradiciones que les afectaban de modo particular. De este modo se repetían y recordaban, utilizando técnicas memorísticas a las que los judíos estaban bien acostumbrados, palabras y hechos de Jesús. Ahora bien, la hipótesis de B. Gerhardsson reducida a su más radical expresión: la de un grupo de Doce transmisores de la doctrina de Jesús, un grupo bien cualificado en técnicas rabínicas de memorización, etc., es una mera y pía suposición. Sí se puede retener en todo caso la idea global de una buena capacidad de memoria de los antoguos, y el que Lucas -idealizando él también desde su perspectiva de la segunda generación cristiana- pinte a los transmisores de las palabras de Jesús como testigos y seguidores al igual que los discípulos de los rabinos.
El estadio de pura tradición oral pudo durar poco, sin embargo, pues tanto la posible prehistoria de la fuente Q, que debió de formarse a base de colecciones previas de sentencias de Jesús, como los escritos hallados en Qumrán nos demuestran que una espera ansiosa de un fin inmediato del mundo no estaba reñida con la consignación por escrito de los documentos espirituales que se consideraban preciosos. Se hizo necesario fijar por escrito la tradición sobre Jesús ya que fallecían los acompañantes antiguos de éste y la ansiada parusía no llegaba. El desarrollo de la propia tradición condujo a la formación de unidades más o menos largas (dichos; colecciones de dichos; narraciones de milagros...), pero al principio no llevó a la confección de ningún relato histórico-biográfico, ya porque aún no había suficiente perspectiva histórica, ya porque la esperanza en la parusía lo considerara innecesario. No es extraño, pues, que pronto circularan pequeños billetes (u "hojas volantes" [Salas]) con notas sobre lo que, por ejemplo y como ya hemos indicado, los maestros en la catequesis o los profetas, durante el culto litúrgico, habían afirmado que procedía de Jesús. Sin duda todo esto es verosímil en un pueblo tan altamente alfabetizado como el judío, el cual habría echado mano rápidamente de billetes escritos para consignar lo importante de su Maestro. Pero en este terreno todo son hipótesis, pues nuestras fuentes callan por completo, sólo permitiéndonos la vía de la deducción por pequeños detalles.
Al principio parece razonable pensar que se fijaran por escrito pequeñas unidades kerigmáticas o "formas preliterarias", tales como breves compendios de la fe, cantos o himnos, pequeños fragmentos parenéticos con algunos dichos de Jesús. Luego, es verosimil que como los cristianos eran conscientes de que el fundamento de su fe era la resurrección de Jesús que se consignarse pronto por escrito los relatos de los últimos acontecimientos: la pascua, el juicio, los padecimientos postreros; quizás se añadieron noticias de diversas apariciones; a estas narraciones del final hubieron de agregarse luego ulteriores colecciones de dichos o hechos del Maestro.

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Ficha del libro

Título: Fuentes del Cristianismo.
Editorial: El Almendro
Autor: Antonio Piñero
ISBN: 978-84-8005-006-7
Formato: 15X23 cm | Nº de páginas: 532 | Tapa dura

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